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Negociar con el adolescente

El adolescente esta confuso, se encuentra en el período intermedio de su vida de niño y adulto, entre las normas familiares y la rebeldía. Es un período conflictivo, porque debe asumir como propias las exigencias que hasta ahora marcaban los padres.
Las dos formas más comunes para los padres de lograr responsabilidades a los adolescentes, suelen ser conseguirlas unos mediante la autoridad y para otros mediante la libertad.
Estas dos propuestas son difíciles de llevar a cabo. La autoridad reprime la personalidad del joven, le hace ser una persona dócil y manejable, mientras que la segunda, la libertad puede convertirlo en un ser caprichoso y hedonista.
Las familias que imponen gran disciplina a los hijos suelen padecer menos la crisis y reducen la angustia del momento. Generalmente las consecuencias emergen después, cuando los hijos se han convertido en jóvenes confusos, incapaces de tomar decisiones importantes para el momento.
En cambio, las dificultades aparecen antes en las familias que han evitado los sistemas coactivos: sus hijos se rebelan antes contra las normas familiares, abandonan las responsabilidades escolares o viven buscando el placer inmediato. Pero, no nos engañemos, en ambas situaciones queda sin resolver la crisis.
Se dice, y es cierto en nuestra sociedad, que la adolescencia es un período de crisis. Pero también es cierto que la palabra crisis se dramatiza injustificadamente. No se trata de una situación de riesgo en la cual el joven adolescente corre el peligro de autodestruirse, sino simplemente de una época en que el niño o la niña, que hasta ahora regulaba su conducta según la exigencia y valores paternos, debe aprender a autocontrolarse. En otras palabras, el niño que actuaba guiado por sus padres ha de convertirse en guía de su propia vida.
Así pues, el tiempo que va desde los 12 o 13 años a los 20 o 21 será un período de entrenamiento para conseguir solucionar la crisis, entendida como momento de cambio, final de una etapa y comienzo de otra.
Durante este largo período de crisis no es conveniente que los padres mantengan sistemas autoritarios que dirijan la conducta de los jóvenes, ya que con ello impedirían el desarrollo de su propia autonomía. Tampoco se deben adoptar sistemas permisivos que pongan en sus manos una libertad que sobrepasa su capacidad de discernir. Lo sensato es actuar de una manera progresiva, entregando pequeñas dosis de libertad basadas en el diálogo. Estas dosis se irán ampliando en función de la responsabilidad y coherencia demostradas.
Consejos prácticos.
En primer lugar hay que conseguir comunicarles que, a partir de ahora, todo lo que les hemos exigido de niños depende de ellos y que, en la medida que lo asuman, nosotros dejaremos de hacerlo. Deberán ser objeto de esta autoexigencia:
• El dominio de los impulsos y de las manifestaciones agudas de su carácter.
• El respeto de los derechos de los demás como límite de la propia libertad.
• Subordinar el placer y la diversión a la realidad y a la previsión de futuro.
• Liberarse de lo que impida apreciar aquello que realmente tiene valor.
Comunicar estos objetivos sólo es posible si los padres somos capaces de vivir la propia autoexigencia, con el ejemplo. En este momento de la vida del hijo/a desaparece la figura de padre o madre perfectos. Ahora le ve como un ser real, con su coherencia o incoherencia. Evidentemente, si queremos que nuestros hijos se esfuercen, tenemos que ser los primeros en poner empeño. En caso contrario, nuestra autoridad quedará anulada.
Para comunicarse con el adolescente han de promoverse situaciones de diálogo, este consiste en escuchar y hablar, no sólo en hablar.
Para que el diálogo desarrolle la confianza de los hijos es necesario:
• Tomarles en serio, dar muestras de confiar en ellos.
• Escuchar con atención lo que quieren explicarnos o preguntar.
• Hablar también de lo que les interesa a ellos.
Conseguir el ambiente de diálogo con los hijos es una tarea ardua, pero muy importante. No hemos de olvidar que el diálogo con los hijos no es un fin en sí mismo, sino un instrumento útil para nuestra tarea educativa y, en todo caso, el principio de una amistad entre adultos. El fin es comunicar los valores, establecer compromisos y valorar las cotas de autoexigencia y de autonomía logrados. Seguramente no servirá de mucho el ambiente de diálogo y confianza que me describía una de mis alumnas: -"No pasa nada porque falte a clase a veces -me explicaba a modo de justificación-, aunque me salte unas clases, yo se lo explico a mi padre, no lo engaño, y él comprende lo que me pasa...".
Tenemos que fijar normas y límites a través del diálogo para que nuestros hijos acepten y asuman compromisos.
Es importante evitar, tanto cuando les hagamos propuestas como cuando los censuremos, ponernos a nosotros mismos como modelos ("A tu edad yo...") o poner como ejemplo a otras personas ("Mira tu hermano como..."). Es injusto, ofensivo y un camino seguro para conseguir su animadversión. En todo caso compáralo con él mismo ("Seguro que lo conseguirás, como cuando hiciste...").
Hay que prever sanciones para el caso de que rompa alguno de los compromisos o normas establecidas. Es inteligente tenerlas preparadas para que no sean fruto de la improvisación ni desproporcionadas. En todo caso, podéis pedir su opinión sobre la sanción que habéis pensado.
La libertad y autonomía respecto al uso del tiempo libre, al uso del dinero, al horario de llegada a casa, al uso de vehículos o aparatos, o a la gestión de sus estudios hay que otorgarla en función de la responsabilidad demostrada. A mayor responsabilidad, mayor autonomía, y ante faltas de responsabilidad, restricciones de autonomía.

Dra. Silvia Navarro Ferragud